
Jugamos porque queremos representarnos el mundo, nos inventamos roles para entender nuestro lugar y el lugar de otros en nuestro entorno, actuamos como en una obra de teatro porque así nuestras emociones afloran libremente sin pasar por las censuras de la razón que demanda el discurso verbal.
Jugar es la primera forma que encontramos para expresar lo que no entendemos. En el juego reímos, lloramos, peleamos, nos reconciliamos, compartimos, demandamos, competimos, perdonamos, nos volvemos flexibles y abiertos a todas las posiblidades del mundo real y de la fantasía.
Jugar es como soñar, es darle libertad a los más profundo de nuestro ser para expresarse sin ser juzgado.
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